
La política teme por lo que ya pasó
El sistema político argentino busca antídotos para evitar algo que ya ocurrió. El temor al crecimiento de Javier Milei en los sondeos expresa la ceguera ante un fenómeno que ya está presente e...
El sistema político argentino busca antídotos para evitar algo que ya ocurrió. El temor al crecimiento de Javier Milei en los sondeos expresa la ceguera ante un fenómeno que ya está presente entre nosotros hace mucho tiempo. La posibilidad de que un economista pintoresco se convierta en una opción de poder es consistente, pero a la vez es precario el humor social que hoy le agrega adherentes y mañana se los quita. Milei es la última aparición llamativa en el sistema político. No la primera.
Milei es un candidato de la gente harta que quiere resultados urgentes
Milei crece por la generalización del desprecio y hace pie en el descontento y la desconfianza que inspira el Gobierno, pero también por la falta de claridad de Juntos para el Cambio. Algo parecido a una reacción visceral encuentra más adhesiones que las ideas propiamente dichas que expresa en su versión dogmática del liberalismo. El personaje irascible y desenfrenado es más atractivo por cómo dice su mensaje que por el mensaje mismo. Es un candidato de la gente harta que quiere resultados urgentes.
El libertario y su avance sobre los votantes de las dos grandes coaliciones (pero en especial de la oposición) invita a establecer una relación directa con la irrupción de presidentes efímeros en Perú. Su figura encuentra un parentesco con el vuelco a ninguna parte que hizo estallar el modelo político chileno y permitió el triunfo del inexperto Gabriel Boric. Esos fenómenos convivieron con la llegada del extremista Jair Bolsonaro a la presidencia del principal país de la región y del salto al vacío de los votantes que eligieron a Donald Trump como presidente de la mayor potencia del mundo. En todos los casos, emergentes inesperados que pasaron por arriba de las formaciones políticas establecidas, Trump incluido, que se apropió de la candidatura del tradicional partido Republicano.
El peronismo kirchnerista ha superado por cuatro gobiernos a uno a Juntos por el Cambio
Se discute, con sentido común, cómo es que todavía la Argentina elige votar dentro de las variantes enfrentadas de populismo y centro derecha (si es que esas categorías fuesen lo suficientemente abarcativas), sin romper esa secuencia binaria en la que el peronismo kirchnerista ha superado por cuatro gobiernos a uno a Juntos por el Cambio. Hay, sin embargo, una respuesta alternativa. Y consiste en indagar si la Argentina no rompió esa secuencia en los primeros años del siglo XXI, con la inesperada llegada del matrimonio Kirchner al poder.
Aquella desarticulación de la convertibilidad, a fines de 2001, acabó con los dirigentes de entonces, pero no borró del mapa a los partidos tradicionales.
Con el gobierno de Fernando de la Rúa y del ministro Domingo Cavallo, también cayeron Carlos Menem y los protagonistas del experimento que había logrado controlar la inflación durante una década poniendo fin para siempre a lo que nunca dejó de ser pasajero: la paridad del peso con el dólar.
No salir a tiempo de aquel cerrojo implicó una regresión habilitada por la consecuencia inmediata del brutal aumento de las exportaciones agropecuarias de la Argentina y de la región. La rápida resurrección de la Argentina incluyó que el país entrara de a poco en los dislates del kirchnerismo.
Néstor y Cristina hicieron creer que era normal que la Argentina rompiera su sociedad con Estados Unidos y Europa y pasara a ser cómplice de Venezuela y Cuba
Fue entonces cuando los argentinos empezaron a votar en forma disruptiva. Apenas algunos pudieron ver desde el origen el aval masivo a la radicalización y la aceptación de un gobierno que pretendía derrumbar desde el mismo poder los elementos esenciales del sistema republicano y capitalista.
El país, por decisión de sus votantes, desbarrancó y aceptó que el kirchnerismo convirtiese en enemigos a sus adversarios, que desconociese reglas elementales de la economía y que respondiese con teorías conspirativas a normas básicas de la administración.
Así volvió a aumentar el déficit fiscal por la toma por asalto del Estado, regreso en consecuencia la inflación y volvió a dispararse la pobreza, aun cuando estos últimos dos hechos encadenados han pretendidos ser desconocidos.
La radicalización del kirchnerismo, alentada por Kirchner y llevada al máximo por su viuda, es hija de una borrachera de un supuesto éxito que en realidad no era otra cosa que varias cosechas pagadas a precios extraordinarios y la ruptura abrupta del atraso cambiario que detonó la convertibilidad. Ya desde el poder, al que su esposo llegó por una maniobra de Eduardo Duhalde para bloquear a Carlos Menem, Cristina Kirchner avanzó en desgracias que hoy evoca en sus discursos otoñales con el fervor que provoca la nostalgia de lo que nunca jamás sucedió.
Esa construcción de un pasado feliz que nunca fue tal, en realidad es la raíz de otro enorme salto a la decadencia que la Argentina acumula década tras década. Pero, además, es el primer caso, después de la chavización de Venezuela iniciada en 1999, de un país que trata de romper las reglas y los códigos económicos que hacen funcionar a la gran mayoría de las naciones.
Néstor y Cristina hicieron creer que era normal que la Argentina rompiera su sociedad con Estados Unidos y Europa y pasara a ser cómplice de Venezuela y Cuba. El Brasil del primer Lula no se atrevió a dar ese paso y nunca rompió los vínculos con los países centrales. Incluso, como todos los países productores de materia prima, hizo un claro acercamiento comercial con China.
El intento de destrucción de la Justicia, como requisito para la impunidad, apenas fue parcialmente conjurado por la resistencia de sectores políticos que reaccionaron a tiempo.
De todos los quebrantos, el que persiste de la forma más lacerante y dolorosa es el uso de supercherías en lugar de reglas económicas aceptadas a izquierda y derecha por todo el mundo. Es más flagrante el desatino cuando se insiste en celebrar como logros los fracasos y se aplican medidas famosas por los resultados adversos que provocan.
Nada fue casual ni obligatorio. El populismo se instaló gracias al voto de millones y regresó triunfante, luego de la frustrada gestión de Mauricio Macri. Nadie debería sorprenderse de lo que ya ocurrió: el voto mayoritario en favor del salto a ninguna parte.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/ideas/la-politica-teme-por-lo-que-ya-paso-nid17032023/